“Un oficio imposible”. Para Sigmund Freud, la tarea del educador era, como la del gobernante o el psicoanalista, una misión en la que “de antemano, uno puede estar seguro de que los resultados que alcance serán insuficientes”1. Sin duda, es difícil transmitir conocimientos, dominar el aula, suscitar la curiosidad, enseñar reglas de convivencia y formar a los ciudadanos del porvenir, y hacer todo eso al mismo tiempo. El reto parece aún más arduo en un contexto a menudo lastrado por la escasez de medios, el número excesivo de alumnos y una pérdida del sentido de la misión original de la docencia.Sin duda, todo el mundo reconoce la función esencial que desempeñan los docentes. A título individual, cada uno de nosotros puede mencionar el nombre de al menos un maestro que le influyó decisivamente, a veces hasta el punto de reorientar toda su vida. En el ámbito internacional, los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas, en particular el ODS 4, destacan la importancia del profesorado en la consecución de la Agenda 2030 de desarrollo sostenible.
