A mediados de los años setenta, según datos de la Encuesta de Población Activa, las mujeres que se insertaban en el mercado de trabajo lo hacían a edades tempranas, alcanzando su máxima tasa entre los 20 y 24 años y a partir de ese momento (coincidiendo con la edad media del primer matrimonio) abandonaban el empleo remunerado (muchas, para siempre), de manera que la tasa de ocupadas por encima de esa edad no superaba el 30%. A partir de los años ochenta, las tasas de empleo de las mujeres mayores de 24 años comenzaron a crecer de manera muy importante, incrementándose, de década en década, en todos los grupos de edad en un proceso de convergencia con las curvas de ocupación de los hombres. Baste decir que en 1978 la tasa de actividad femenina era del 27,92% y la tasa de actividad masculina era del 76,12%: una brecha de género de casi 49 puntos. Actualmente esta brecha está por debajo de los 12 puntos (11,37 puntos).
Subvencionado por el Instituto de la Mujer y para la Igualdad de Oportunidades.