Hace veinte años, numerosas empresas proveedoras de formación continua apostaron fuerte por el denominado e-learning, modalidad discente que, servida y controlada por un PC conectado a Internet, parecía tener como referencia aquella enseñanza programada impresa de décadas atrás. Convertirnos en online learners suponía un decisivo avance en el ya inexcusable aprendizaje permanente; un avance en sintonía con la llegada de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC), cuyo potencial multimedia y de interactividad resultaba extraordinariamente idóneo.